Vivimos tiempos convulsos: crisis, cambios, inestabilidad
laboral El
caldo de cultivo ideal para uno de los virus más peligrosos para la confianza
en una organización: los rumores. ¿Podemos evitar el contagio?
Una directora de planta de una importante empresa nos contó
que un día llegó a la fábrica y se encontró a todos sus empleados en la calle,
pancartas en mano y en pie de guerra, dispuestos a manifestarse como protesta
por el inminente traslado de la factoría a otro país. Sorprendida, se reunió
con los representantes de los trabajadores para abordar la situación. Tras dos
largas horas de reunión, faxes arriba y abajo, y llamadas telefónicas a las
oficinas centrales, consiguió convencerlos de que el supuesto traslado era
absolutamente falso. Ni existía ni jamás se había considerado. No era más que un rumor. Un rumor del que habían
sido víctimas la práctica totalidad de los trabajadores de la fábrica, y que,
como más tarde averiguarían, procedía de la mala interpretación de un
comentario del consejero delegado en su última visita. Un rumor que había
pasado totalmente desapercibido a la directora de planta, la cual, desconectada
de los circuitos de comunicación informales, no había oído nada de nada hasta
encontrarse con la manifestación.
"La mayoría de los rumores se crean por desnivel
de información entre los interlocutores o se provocan por miedo"
"Desacreditar un rumor es más lento y menos
evidente. Pero mucho más efectivo si se basa en hechos y no en palabras"
Un rumor es una información falsa o tendenciosa, aparentemente inocente,
pero hábilmente manipulada, que intoxica y entorpece la comunicación entre la
gente, destruyendo la confianza y enrareciendo el ambiente. Un potente virus
que es capaz de provocar una verdadera epidemia que desestabilice una
organización. Suele empezar con un simple comentario, que se transmite de
persona a persona con pequeñas alteraciones que van cambiando su significado y
magnificando su virulencia y su potencial destructor.
Como en las epidemias médicas, los rumores se propagan por contagio.
Le contamos un rumor a una persona, que a su vez lo cuenta a 10 personas más,
creando una cadena de transmisiones que crece exponencialmente. Y a este
proceso contribuyen de forma decisiva las nuevas tecnologías. Con Internet, el
correo electrónico y los móviles, la información llega de forma casi instantánea
a todos los rincones de cualquier organización.
¿Los rumores son siempre intencionados? Para contestar
conviene distinguir entre dos tipos de rumores: los personales y los
profesionales. Los primeros sí suelen ser intencionados: alguien lanza un
comentario malicioso sobre un tercero, con la intención de producirle algún
daño, y este comentario se propaga incontroladamente en forma de rumor hasta
conseguir en poco tiempo su malicioso objetivo. Los segundos, en cambio, la
mayoría de las veces no lo son. Los podemos crear accidentalmente por el
desnivel de información entre nosotros y nuestro interlocutor, o los podemos
provocar por el miedo.
También tenemos en todas las organizaciones los
"oportunistas del rumor": gente que utiliza los rumores como medio de
captar la atención en sus círculos sociales y generar así camaradería con los
demás. Lamentablemente, ignoran que hablando de los demás a sus espaldas, lo
único que crean es recelo y desconfianza.
¿Cómo combatir un
rumor?
Si el rumor es extenso, constatamos que ha llegado a la mayoría de la gente
y deseamos responder, la segunda gran decisión es si optamos por desmentirlo o
desacreditarlo. Desmentirlo significa replicar con argumentos el rumor. Lo
podemos hacer cuando nuestras pruebas son inapelables, o de mayor magnitud que
el rumor (en una ocasión, un conocido presentador de televisión pidió a un
colega suyo de la radio salir en directo con cualquier excusa. Cuando le
preguntaron por qué dijo: "Esta mañana andaban diciendo por ahí que había muerto,
y si me oyen en directo podré desmentirlo"). En cualquier caso, y con la
excepción de hechos evidentes como éste, que logremos nuestro objetivo
dependerá de que resultemos más creíbles que aquellos que han lanzado el rumor.
Más recomendable parece, en la mayoría de los casos, desacreditarlo: hacer
algo que haga inverosímil o absurdo un rumor: Imaginemos que se rumorea sobre
mi estado de salud: podría desmentirlo, citando a la gente y asegurándoles de
primera mano que estoy sano. Algunos me creerían, sin duda, pero otros
seguirían viendo sospechosas ojeras en mi rostro. Pero puedo
fácilmente desacreditarlo, apuntándome y animando a mis compañeros a apuntarse
a un medio maratón. Aquellos que tras el kilómetro 10 siguieran corriendo
conmigo se preguntarían sin duda: ¿quién es el estúpido que anda diciendo por
ahí que está enfermo?
Desacreditar un rumor es más lento, más sutil y menos evidente. Pero mucho
más efectivo si se basa en hechos y no en palabras.
"Para romper una cadena basta con romper un eslabón"
Sabiduría popular
Al igual que en las epidemias médicas, si queremos detener una epidemia de
rumores deberemos intentar cortar las cadenas de infección. Esto supone
identificar a gente de confianza que podamos utilizar como diques de
contención: gente que, tras nuestras explicaciones, cuando les llegue el rumor
se avengan a cortarlo por lo sano, apelando a nuestra relación de confianza.
Si tenemos bien identificadas las cadenas de comunicación de la organización
y podemos situar "diques de contención" en la mayoría de ellas, la
estrategia funcionará. Pero hay algo importante a tener en cuenta: esta
estrategia no debe utilizarse nunca si el rumor no es tal y es una información
real, ya que cuando se sepa la verdad habremos perdido toda la credibilidad con
aquellos que hemos utilizado como diques de contención.
¿Qué hacemos con los 'rumorólogos'?
La gente que difunde sistemáticamente rumores hace un gran daño a la organización. Parece obvio que hay que desenmascararlos y parece recomendable prescindir de ellos lo antes posible. Sin embargo, conviene saber que detrás de un gran rumorólogo siempre hay una historia de frustración personal. Puede ser un ascenso que no se ha materializado, una persona que piensa que la menosprecian. Es importante, antes que nada, intentar averiguar qué le ocurre, porque si lo podemos solventar, nos evitaremos soluciones más traumáticas y sanaremos a una persona que estaba resultando infecciosa para nuestra organización.
La gente que difunde sistemáticamente rumores hace un gran daño a la organización. Parece obvio que hay que desenmascararlos y parece recomendable prescindir de ellos lo antes posible. Sin embargo, conviene saber que detrás de un gran rumorólogo siempre hay una historia de frustración personal. Puede ser un ascenso que no se ha materializado, una persona que piensa que la menosprecian. Es importante, antes que nada, intentar averiguar qué le ocurre, porque si lo podemos solventar, nos evitaremos soluciones más traumáticas y sanaremos a una persona que estaba resultando infecciosa para nuestra organización.
Por último, hay algo que todos nosotros podemos hacer sin mucho esfuerzo
para contribuir a generar climas comunicativos sanos: antes de hacer circular
una información deberíamos preguntarnos si es razonablemente cierta y si el
hecho de circularla contribuirá positivamente a la organización. Si no es así,
lo que haremos circular es un virus.
Vacuna contra los chismes
Que lleguen murmuraciones a nuestra organización o entorno es inevitable,
pero podemos estar vacunados, es decir, haber generado un clima de
confianza que haga que no se propaguen. Éstas son algunas de las cosas que nos
pueden ayudar a crear este clima de confianza:
1. Conocer bien a la gente: Ir más allá del conocimiento superficial, que se
limita a la etiqueta que todos llevamos puesta.
2. Saber cuáles son las relaciones entre la gente: identificar las cadenas
de comunicación que ya funcionan de forma eficiente.
3. Reconocer los canales de comunicación existentes: identificar cuáles
funcionan y cuáles no. Cuáles son eficientes para transmitir determinados
mensajes y cuáles no.
4. Ser transparentes. Compartir siempre la máxima información posible. Dado
que no siempre se puede decir todo a todos, pensar, ante cada decisión, qué
explicamos, a quién, cuándo y cómo.
5. Ser claros, evitar ambigüedades. Ser explícitos y no dejar cosas a la
interpretación. No dar versiones diferentes a gente diferente.
6. Ser rápidos. Dar las informaciones relevantes con celeridad y sin
retrasos. Hacer llegar con rapidez y al mismo tiempo la información a todo
nuestro entorno.
7. Tener valor. Estar dispuesto a dar tanto las buenas noticias como las
malas. Con la misma rapidez y -aunque con empatía- con la misma claridad.
8. Ser íntegros. Asegurarnos de que hay consistencia entre lo que decimos y
lo que hacemos. Si nuestros actos y nuestras palabras no dicen lo mismo, el
mensaje que prevalece es siempre el negativo.
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